Asistir a un concierto de AC/DC es mucho más que ver a una de las mejores bandas de rock and roll de todos los tiempos; es ser parte de la historia musical, es purificar tu alma a guitarrazos, es nunca dejar de rockear y llevarlo a su máxima expresión mientras haces cuernos con las manos y headbangeas hasta más no poder.
Con fechas únicamente confirmadas para EEUU y Europa y con todas mis ganas de ver a los australianos, el 23 de febrero me aventuré con mi Concert Crew a Dallas, Texas, para vivir una de las experiencias más legendarias de todas mis vidas. Ni el frío ni la lluvia de ese día pudieron desalentar a los más de 18,500 asistentes que llenaron en su totalidad el Amarican Airline Center. La banda reunió sus más de cuatro décadas de trayectoria presentando su tour ‘Rock or Bust‘, promocionando su décimo séptimo álbum de estudio… ¡Y de qué forma!
Después de manejar por más de 9 horas de Monterrey a Dallas, llegamos con mucha anticipación a nuestra cita y ¿cómo no hacerlo? Después de 7 años de su última presentación en México, esta era LA oportunidad que había que aprovechar si queríamos sentir esa energía que AC/DC hace estallar en cada presentación. Estrenando lineup desde 2014, Angus Young, Stevie Young, Brian Johnson, Cliff Williams y Chris Slade nos dieron una noche que desearíamos no hubiera terminado. Desde que llegamos al recinto las playeras de la banda, los cuernos parpadeantes, las gorras colegiales y la actitud de rockear como nunca llenaron el ambiente.
Con una excelente producción que estaba tan retacada de bocinas como de la gente que había, la banda mostró un escenario inmenso asemejando el sello de la casa, unos cuernos de Angus Young, muy coloridos, con muchísima iluminación de lámparas y LEDs, vimos una campana enorme que estelarizó “Hells Bells”, una Rosie inflable que estaba grandísima y se presentó ante los asistentes durante “Whole Lotta Rosie”, y cuatro cañones que retumbaron hasta los cimientos el recinto cuando se despedían con “For Those About To Rock”, la agrupación legendaria nos vacunó con dinamita pura durante dos horas mezclando la dosis rockanrollera entre su nuevo disco y los clásicos que llevamos todos los rockeros en nuestro ADN.
La locura comenzó cuando se escucharon los primeros acordes de “Rock or Bust”, uno de los singles más recientes y continuando con “Shoot to Thrill” y “Hell Ain´t a Bad Place to Be”; después de calentar motores, el vocalista que reemplazó al original después de 6 años de iniciada la banda, comandó las legiones de voces que no dejaron de gritar en toda la presentación. Por otro lado, aunque tardó un poco más en entrar en ambiente, los 60 años del guitarrista emblema no se hicieron notar y pareciera que había vuelto a sus años mozos y nos dio cada gramo de sudor que tenía al arrancarse la ropa después de un solo buenísimo al final de “Dirty Deeds Done Dirt Cheap” y nos dejó a todos con la boca abierta al estelarizar por casi diez minutos un solo de guitarra que nos derritió a todos al final de “Let There Be Rock”. La selección musical de esa noche incluyó “Back in Black», “Thunderstruck”, “Rock N Roll Train”, “You Shook Me All Night Long”, “T.N.T” y cuando pensamos que el show había terminado, la banda regresó para tirar la casa por la ventana con “Highway to Hell” y terminar el evento entre explosiones de cañones.
Sin duda el monstruo de AC/DC va más allá que sus integrantes, quienes a lo largo de los cuarenta años que han estado en escena han tenido al menos 14 reemplazos por diferentes razones y nos da la idea que aún queda mucha banda para rato, al menos eso creemos con más de 85 shows que incluye el tour.
Lo mejor para mí fue:
Estar en la última fila y sentirme como si estuviera en la primera.
Cantar con toda mi garganta durante todo el show.
Sentir que todo valió la pena después de estar más de 18 horas en carretera.
Ver a una de las bandas que siempre fue mi sueño.
La primera vez que no me siento en un concierto donde mi boleto incluye grada.