Un diálogo intenso y manipulador entre un soldado americano y un francotirador iraquí. A eso se reduce The Wall, promocionada en español como En la mira del francotirador. Una película en la que un par de soldados americanos responden a un llamado de emergencia, el Sargento Allan «Ize» Isaac (Taylor-Johnson) y Shane Matthews (Cena) deben recuperar los radios de soldados caídos cerca de un óleoducto. Después de esperar 22 horas, deshidratados y desesperados de vigilar el campo, Matthews decide acercarse y tomar los radios, pero es atacado por un francotirador solitario (Nakli), obligando a Ize a venir a su rescate.
The Wall aniquila desde el tráiler la idea que el soldado americano es poderoso, triunfante y siempre en control de la situación, ya que Ize debe aferrarse a un muro semi-destrozado para salvar su vida al ser disparado también por Juba (nombre que después nos dan del francotirador). Observando sus alrededores y desangrándose, contacta por radio corto a Matthews, que lo regaña por no haber calculado de dónde provenían los disparos. Ize, sintiéndose culpable, trata de ubicar donde se podría esconder el francotirador, de limpiar su herida y se encuentra con que uno de los disparos ha destrozado su radio de comunicación larga.
Sumamente minimalista en los elementos visuales, The Wall jala la tensión al máximo al eliminar una banda sonora en su repertorio, lo cual nos obliga a centrarnos en el diálogo entre Ize y Juba, sin ser manipulados emocionalmente por la música. Ciertamente una decisión arriesgada que muy pocos toman, pero eleva el status artístico del filme junto a gigantes de la talla de los Cohen, Bergman y Haneke.
Probablemente The Wall hubiera funcionado como una obra de teatro a la perfección: Con tan sólo dos actores principales al frente (uno de ellos escondido al espectador y a los otros personajes), una situación desesperada de combate, manipulación y fría realización que las cosas no serán gloriosas y heróicas, son todos elementos arrebatadores y magníficos que prueban que la guerra al final se reduce a una batalla entre dos personas: el soldado americano y el «enemigo», siempre al acecho, siempre invisible.